Diez años después de haber sido presidente de la Nación, el cargo más importante que puede detentar político alguno, Domingo Faustino Sarmiento se fue a vivir a una modesta casilla de madera, menos que una prefabricada de nuestros días, en una isla del río Paraná, frente a la ciudad de Zárate, a las puertas de la Mesopotamia argentina.
En ese inhóspito lugar, con 73 años y una sordera a cuestas, agobiado por el bochornoso calor subtropical, los mosquitos y otras alimañas, el autor de «Facundo» pasó varios meses plantando durazneros y pescando bagres, bogas y otras especies, como un zarateño más.
Disfrutando, a su manera, de la agreste vida silvestre como si fuera un activista ecologista intercalado en una novela de Zola, Sarmiento cultivó también la amistad de conspicuos ciudadanos zarateños cuyas residencias frecuentó, mientras escribía artículos periodísticos para El Nacional, en los que aludía a esa región del país que siempre lo cautivó.
En un rastreo de los pasos de Sarmiento en Zárate, ciudad con la que éste mantuvo una singular y poco conocida relación que se tradujo en tres visitas, realizadas en un lapso que abarcó al menos treinta años de su agitada y prolífica existencia.
El profesor de historia Sergio Robles, autor del libro inédito «Sarmiento en Zárate», un profundo conocedor de la vida y obra del sanjuanino y, particularmente, de su triple estancia en esa zona del río Paraná, dialogó con este diario revela detalles de esta historia.
1856: periodista y/o funcionario
«La primera referencia que se tiene de la presencia de Sarmiento en Zárate se remonta a 1856, cuando era jefe del Departamento de Escuelas del Gobierno de Buenos Aires. En ese momento, él llegó aquí en su doble condición de corresponsal de El Nacional y a su vez como inspector educativo», explicó Robles.
El docente precisó que en esa ocasión, Sarmiento «escribió algunos comentarios sobre la única escuela que había en Zárate, la escuela de varones, y habló del maltrato que sufrían los chicos de parte del preceptor, así como de la mala preparación que recibían. Todo esto lo publicó en El Nacional».
1874: director de obra
La vinculación con esa ciudad de principios del siglo XIX se repetiría años después cuando Sarmiento fue presidente de la siempre convulsionada Nación Argentina, entre 1868 y 1874.
El 16 de diciembre de 1873, y como parte de su política de modernización de las fuerzas armadas, Sarmiento creó el Arsenal de Artillería con asiento en Zárate, el primer arsenal naval con el que contó el país.
¿Por qué eligió nuevamente esa ciudad? Así lo estableció una comisión de peritos por él designada que relevó la ribera bonaerense desde la zona de Ensenada, en las inmediaciones de La Plata, hasta la ciudad de San Pedro.
Los expertos concluyeron que Zárate era el lugar ideal para asentar un arsenal de esas características debido a su excepcional situación geográfica, sus condiciones de puerto natural, la profundidad de sus aguas, el estable régimen de mareas, su cercanía con Buenos Aires, etc.
«A fines de 1874, después de haber sido presidente, Sarmiento le pidió a Nicolas Avellaneda que lo nombrara director de las obras del arsenal y con ese cargo vino nuevamente a Zárate», agregó el historiador.
Hasta mediados de 1875, Sarmiento, quien por entonces ostentaba el grado de coronel, se ocupó de supervisar personalmente la construcción del arsenal, dirigió a los albañiles, llevó adelante la obra que él mismo había creado por decreto siendo primer mandatario de la República.
«Lo interesante -apuntó Robles- es que, viniendo del cargo de presidente de la Nación, a Sarmiento no le importó ocupar una función jerárquicamente inferior. Es más, Avellaneda le había ofrecido ser embajador en Brasil, y él no aceptó, prefirió ser director de obra».
Cuando el flamante Arsenal de Artillería quedó terminado, el sanjuanino donó a la nueva unidad naval una pintoresca pajarera metálica de diseño francés, que aún se conserva en perfecto estado en los jardines de la residencia del comandante de la unidad.
1884: el reposo del guerrero
Pero esa no sería la última visita de Sarmiento a Zárate. En 1884, ya retirado de la vida pública, regresó a esa ciudad, esta vez para descansar y hacer una singular vida de islero habitando una modesta casilla de madera (ver aparte) a la vera de un arroyo conocido como Ñacurutú.
«Ese fue un buen año para él. El Congreso le había otorgado el grado de general de Brigada que tanto anhelaba, y se habían cristalizado sus ideas educativas laicas en la ley 1.420, después de dos años de durísimas, violentas, polémicas», señaló Robles.
Si bien se trataba de una temporada de descanso, esto no le impidió a Sarmiento continuar escribiendo, por lo que siguió ejerciendo el periodismo desde las páginas de El Nacional, enviando notas sobre Zárate al periódico porteño.
Pero no sólo eso, también cumplió una activa vida social, asistiendo a numerosas actividades que lo tuvieron como excluyente centro de atención de los atentos zarateños.
En su isla, el sanjuanino hizo vida chacarera, morando en una modesta vivienda de madera que hoy resulta impensable para alguien que detentó la primera magistratura del país.
Robles explicó esta relación entre Sarmiento y Zárate al señalar que «fue un enamorado de las islas, de la exhuberancia de los grandes ríos americanos, sobre todo de su vegetación». Sarmiento, en sus obras, describió con profusión las plantaciones de duraznos y otros árboles frutales de la isla zarateña, habló de los fastuosos festejos que imaginaba realizar cuando inaugurara su finca islera».
En su prosa florida no excenta de cierta exageración, escribió: «el general Sarmiento (refiriéndose a sí mismo) ha establecido sus reales acantonamientos en su isla, que tiene paseos sombríos, construcciones y sus familias se valen de carruajes para recorrerla».
Después de haber dejado definitivamente Zárate en 1885, Sarmiento siguió conectado con la ciudad a través de la correspondencia con quienes fueran sus amigos. Apenas tres años después le llegaría la muerte en otro de sus retiros voluntarios cerca de un río de América, fue en Asunción del Paraguay el 11 de septiembre de 1888.
[CON INFORMACIÓN DE «La Mañana del Sur»]