Históricamente, la vida rural en Argentina se ha caracterizado por roles de género claramente definidos, con las tareas de producción y toma de decisiones atribuidas principalmente a los hombres. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha comenzado a producir un cambio discreto pero profundo, con mujeres agricultoras, pastoras, apicultoras, empresarias y técnicas reivindicando su lugar en las estructuras de poder agrícola. Este fenómeno no sólo pone de relieve el rol infravalorado de las mujeres, sino que también redefine el concepto mismo de liderazgo en las zonas rurales. Junto al equipo de jugabet chile, analizaremos con más detalle cómo el liderazgo de las mujeres se manifiesta en distintos ámbitos, desde pequeñas parcelas familiares hasta grandes cooperativas agrícolas.
Una historia de resistencia y transformación
Las mujeres rurales han estado presentes en el agro desde siempre, aunque en muchas ocasiones su labor ha sido considerada “colaborativa” o “doméstica”, sin reconocimiento económico ni social. A pesar de ello, han mantenido viva la producción familiar, han transmitido saberes ancestrales y han sostenido comunidades enteras en contextos adversos, como crisis económicas, cambios climáticos o migraciones forzadas.
En los últimos años, sin embargo, esa resistencia silenciosa se ha transformado en organización y acción política. Mujeres rurales comenzaron a participar activamente en sindicatos, ferias, movimientos sociales y espacios de formación técnica, reclamando voz y voto en las decisiones que afectan su territorio y su forma de vida. Este proceso ha sido clave para comenzar a democratizar el acceso a recursos, tierras, créditos y espacios de formación.
Educación y acceso a la tecnología como motores del cambio
Una de las claves del empoderamiento femenino en el ámbito rural ha sido el acceso a la educación técnica y a las nuevas tecnologías. Las mujeres que hoy lideran procesos productivos y organizativos muchas veces lo hacen gracias a haber participado en programas de capacitación, cursos de agroecología, talleres de comercialización o redes de intercambio de conocimiento.
La tecnología también ha jugado un rol fundamental. A través de plataformas digitales, las mujeres rurales pueden ahora conectarse con mercados, acceder a información actualizada, visibilizar sus productos y generar redes con otras productoras del país. Esto ha permitido no solo aumentar la escala de sus emprendimientos, sino también afirmar su independencia económica y fortalecer su identidad como protagonistas del desarrollo agropecuario.
Cooperativismo con rostro de mujer
El cooperativismo se ha consolidado como un espacio privilegiado para el liderazgo femenino en el campo. Muchas mujeres rurales encuentran en las cooperativas un modelo organizativo que responde a sus valores de trabajo colectivo, solidaridad y sustentabilidad. Allí, no solo participan en la toma de decisiones, sino que impulsan proyectos innovadores que integran economía, ecología y justicia social.
Estas cooperativas lideradas o co-lideradas por mujeres suelen tener una fuerte impronta comunitaria. Además de generar ingresos, se preocupan por la salud del suelo, la alimentación de las familias, el acceso equitativo a la tierra y la transmisión de saberes entre generaciones. De esta forma, construyen una visión del agro en la que la producción no está reñida con el cuidado del entorno y la vida en comunidad.
Desafíos estructurales y brechas de género
A pesar de los avances, las mujeres rurales continúan enfrentando numerosas barreras estructurales. Muchas veces, no son titulares de las tierras que trabajan, tienen menor acceso a créditos y asistencia técnica, y enfrentan resistencias culturales dentro de sus propias comunidades. Estas brechas de género no solo limitan su autonomía, sino que perpetúan desigualdades que afectan al conjunto del desarrollo rural.
Además, el trabajo doméstico y de cuidado, en su mayoría no remunerado, recae de forma desproporcionada sobre ellas, lo que limita su tiempo disponible para formarse, emprender o participar políticamente. Reconocer y redistribuir estas tareas es una condición necesaria para que el liderazgo femenino no solo sea simbólico, sino efectivo, duradero y transformador.
Políticas públicas y participación institucional
En los últimos años, algunas políticas públicas comenzaron a incorporar la perspectiva de género en el desarrollo rural. Programas específicos de acceso a la tierra, créditos con enfoque inclusivo, y planes de fortalecimiento de liderazgos femeninos han sido pasos importantes para reconocer el rol de las mujeres rurales como agentes de cambio. Sin embargo, aún queda mucho por hacer para que estas políticas lleguen a todos los rincones del país.
La participación institucional de las mujeres también ha crecido, aunque sigue siendo baja en las principales estructuras de representación del agro. La inclusión de voces femeninas en espacios de toma de decisiones, tanto a nivel local como nacional, es clave para construir políticas que respondan a las necesidades reales de las comunidades rurales. La presencia activa de estas mujeres permite pensar un modelo de desarrollo más justo, diverso y sostenible.
Conclusión
El liderazgo de las mujeres rurales en Argentina no es una moda pasajera, sino el resultado de décadas de trabajo invisible que hoy comienza a florecer con fuerza. Estas mujeres no solo desafían estereotipos, sino que también construyen una forma distinta de hacer agro, más inclusiva, equitativa y en sintonía con el entorno. Su aporte es vital para imaginar un campo argentino más justo y resiliente.
Reconocer, visibilizar y acompañar este liderazgo es una tarea colectiva que involucra a toda la sociedad. Si queremos un futuro con soberanía alimentaria, justicia territorial y sustentabilidad, no podemos dejar de escuchar y apoyar las voces femeninas que día a día transforman el paisaje rural. Porque en sus manos, la tierra no solo se cultiva: también se cuida, se organiza y se sueña.
