El 3 de enero de 1833, Gran Bretaña ocupaba las Islas Malvinas. La operación militar, ocurrida en un contexto de relaciones diplomáticas con el Reino Unido, obligó el desalojo de las autoridades argentinas que ocupaban las Islas desde 1820.
La invasión ocurría en una época de transiciones, vicisitudes y endeblez institucional. La idea de país que habían soñado nuestros héroes de mayo y de la independencia, era aplazada por una guerra civil que dividió el país durante décadas.
Sin embargo, los reclamos no se hicieron esperar. Una y otra vez fueron desoídos, primero por el propio gobierno de Londres, y luego por los organismos internacionales, en lo que fueron casi ciento cincuenta años de reivindicación diplomática por la soberanía de las Islas.
El 2 de abril de 1982, la Junta Militar, políticamente desestabilizada por la seria oposición a sus crímenes de lesa humanidad y la crisis económica, llevó a cabo el desembarco en las Malvinas, en un intento precipitado de recuperar menos las Islas que la legitimidad perdida. Durante los dos meses y medio que duró el conflicto, fallecieron 650 soldados argentinos, en su mayoría jóvenes sin experiencia militar, y cientos de sobrevivientes se quitarían la vida en los años posteriores.
Duelen las Malvinas. Duelen los caídos y la herida en el recuerdo de los veteranos. Duele el miedo, el frío, el deber ciego. Duelen, todavía, las falsas arengas desde la Casa Rosada. Duelen las cartas que no llegaron. Duele la desidia e insensibilidad del gobierno de facto presidido por Galtieri.
A ciento ochenta y ocho años de la ocupación británica, como dijo el presidente Alberto Fernández, ratificamos el reclamo pacífico y diplomático por el ejercicio de plena soberanía en las Islas. A treinta y nueve años del inicio del conflicto, no cesa un instante el recuerdo y agradecimiento a los veteranos y caídos de la Guerra de las Malvinas. Su valor perdura inmortalizado en la memoria de cada uno de los argentinos y argentinas.
PATRICIA MOYANO